ANÁLISIS

El año de ‘La hojarasca’

La película dirigida por Macu Machín representa una auténtica epifanía para el cine producido en el Archipiélago

Macu Machín con el Premio Richard Leacock por 'La hojarasca'.

Macu Machín con el Premio Richard Leacock por 'La hojarasca'.

Claudio Utrera

Claudio Utrera

El proceso de maduración que viene experimentando el cine canario desde la irrupción, a partir de la segunda década del siglo, de figuras del calado de Victor Moreno, Maria Abenia, José Victor Fuentes, José Alayón, David Pantaleón, Coré Ruíz, Fernando Alcántara, Rafael Navarro, Dailo Barco, Cayetana H. Cuyás, Omar Al Abdul Razzak, Macu Machín, Jairo López, Octavio Guerra o Alba González, por citar sólo unos cuantos nombres de esta selecta relación de cineastas de renombre que están aportado complejidad y auténtica sustancia artística a nuestro cine, constituye una realidad incontestable; sobre todo tras la importante cosecha de galardones internacionales que muchos de ellos han ido recogiendo, durante los últimos años, en certámenes internacionales del prestigio de Locarno, Venecia, Rotterdam, San Sebastián, Valladolid o Berlín.

Pero, la presencia este año en el certamen capitalino, que concluyó ayer, de un largometraje de las dimensiones de La hojarasca, ganadora de diversos premios en la pasada edición de la Berlinale y en el pasado Festival de Málaga, así como la triunfadora este año en la sección Canarias Cinema del Festival de Las Palmas, ha contribuido a despejar cualquier duda, por si la hubiera, acerca del potencial expresivo de una cinematografía joven, aunque capaz de atravesar fronteras y de competir, en igualdad de condiciones, con filmes procedentes de los más diversos puntos del planeta.

Escrita, producida y dirigida por Macu Machín (Las Palmas de Gran Canaria, 1975) con la participación de José Alayón como director de fotografía y con una espléndida banda sonora del prolífico Jonay Armas, La hojarasca representa, en primer lugar, una auténtica epifanía para el cine producido en las Islas; una de esas extrañas y poderosas películas que logramos retener por mucho tiempo en nuestras retinas y que cruzan todas las barreras del cine convencional al tiempo que invitan al espectador a participar de una experiencia inmersiva de primer orden.

Sí, de esas experiencias que crean adhesiones profundas e inquebrantables y, pese a que no cuenten historias en el sentido más simplista de la expresión, sí arrojan, sin embargo un caudal de verdad, sensibilidad y emociones.

Pero al mismo tiempo se configura su propia dimensión visual, trasladándonos al territorio de la memoria familiar a través de las propias vivencias de la directora con su madre y sus dos tías ancianas, mientras nos muestra un escenario, con ribetes góticos, en el que se entremezclan todos los sentimientos que convergen siempre en una situación de semejante naturaleza: piedad, ensoñación, melancolía, tedio, desazón, añoranza, tristeza, recapitulando, en suma, sobre tres vidas entrecruzadas por un mismo destino.

La película, que aún no tiene fecha de estreno en salas comerciales, revela además el amplio background que posee esta excelente cineasta en cuanto a referentes cinematográficos se refiere, empleando a lo largo del filme imágenes y escenarios inspirados en conocidas referencias históricas que van desde el western clásico al cine de Ingmar Bergman, pasando por la esfera poética en la que desenvuelve el gran cine de Victor Erice.

Una obra, en resumidas cuentas, que ya ocupa un lugar privilegiado en los anales del cine canario y que, por ende, ya se ha convertido en un formidable referente para el recorrido de sus futuras promesas en el ámbito de la dirección.